Ser uno mismo no debería doler. Pero duele.

Publicado el 7 de abril de 2025, 20:41

Ser uno mismo en este mundo, a veces, duele.
Duele más de lo que se dice.
Y no por el hecho de ser tú…
sino por todo lo que conlleva no encajar en lo que otros esperan de ti.

Desde pequeña lo supe, aunque no lo supiera explicar.
Tenía una forma de mirar el mundo… distinta.
No me salía seguir el guión.
Preguntaba lo que nadie preguntaba. Sentía lo que otros callaban.
Y decía lo que pensaba, aunque eso significara quedarme sola en una sala llena de gente.

No me reprimí.
Jamás.
No porque fuera más valiente que los demás, sino porque ni siquiera sabía cómo hacerlo.
Mi verdad salía sin pedir permiso. Y eso, en muchos entornos, era visto como una amenaza.

Me echaron de seis colegios.
No porque fuera conflictiva, ni mala alumna.
Sino porque ser diferente genera ruido.
Y a veces los adultos prefieren el silencio cómodo antes que la verdad incómoda de un niño que no se adapta.

Durante años creí que el problema era yo.
Que había algo roto en mi forma de sentir.
Que pensar distinto era un defecto.
Que hablar alto, preguntar demasiado o emocionarme con intensidad, era algo que debía corregir.

Y así, sin darme cuenta, empecé a cargar con una mochila que no era mía:
la de la culpa, la de la duda, la de querer ser otra.

Pero algo dentro de mí se resistía.
Una llama. Una voz suave pero firme que me decía:
“No traiciones lo que eres.”

Y eso, aunque no lo supiera entonces, fue mi mayor salvavidas.

Con los años, con las caídas, con las pérdidas, con las vueltas de la vida,
entendí algo que hoy te quiero compartir desde lo más profundo:

👉 Ser auténtico no solo no está mal.
Es la única forma de vivir de verdad.

Porque cuando finges, te marchitas.
Cuando te adaptas todo el tiempo, te vacías.
Y cuando te eliges, con todo lo que eso implica —aunque te critiquen, aunque te juzguen—
empieza una paz interior que no se puede comprar ni fingir.

No, no fue fácil.
Elegirme me costó relaciones. Me costó vínculos familiares.
Me costó años de preguntas, de soledad, de reconstrucción.
Pero también me regaló algo que no cambiaría por nada:
la certeza de que estoy donde tengo que estar, siendo quien vine a ser.

Hoy, después de todo, puedo decir con el corazón en la mano:
No me arrepiento de haber sido yo.
Ni cuando me rechazaron.
Ni cuando me señalaron.
Ni cuando intentaron cambiarme.

Porque lo que antes fue mi mayor dolor,
hoy es mi mayor fuerza.
Mi historia.
Mi voz.
Mi servicio.

Y lo escribo por si a ti también te ha pasado.
Por si alguna vez has sentido que eras “demasiado” o “no suficiente”.
Por si te escondiste.
Por si aún lo haces.

Quiero que sepas algo:
Tu verdad no es peligrosa. Es poderosa.
Tu sensibilidad no es un defecto. Es un don.
Tu intensidad no molesta. Ilumina.
Y tu forma de ser, aunque incomode a algunos, es la medicina de otros.

Si no encajas, no te fuerces.
Tal vez no encajas porque estás hecha para crear un lugar nuevo.
Uno donde no tengas que explicar quién eres.
Donde puedas respirar hondo, sin pedir perdón por existir.

Yo estoy creando ese espacio.
Y si algo de lo que has leído hoy te resuena,
entonces ya estamos un poco más cerca.

Gracias por estar aquí.
Gracias por ser tú.
Gracias por no rendirte.

—Belén


Añadir comentario

Comentarios

Alejandro
hace 25 días

🙌🏻🙏🏻❤️

Oday
hace 24 días

Que lindo leerte. Enhorabuena!! Sigue así guerrera✨❤️